Kant, el reo y el juez: El imperativo categórico y la regla de plata
Notas de gigantes - Número 7
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Hoy está con nosotros
. No es la primera vez que viene por Jardín Mental, de hecho, ya hablamos en esta carta hace un tiempo. Javier es un apasionado del pensamiento crítico y la filosofía, por eso le propuse colaborar para esta edición.Hablaremos de Immanuel Kant y su imperativo categórico.
Kant es uno los pensadores más influyentes de occidente, pero la dificultad de su lectura hace que a veces sea olvidado para muchos. Pero aquí está la clave: el imperativo categórico del que hablaremos hoy no es una teoría inútil y aburrida.
Es una brújula práctica para tus decisiones diarias.
Se trata de actuar según principios universales de justicia. Si de verdad aspiras a ser un ejemplo a seguir y alinear tus valores con tus acciones, ahora verás cómo hacerlo.
Como es sabido, Immanuel Kant (1724-1804) es reconocido como uno de los filósofos más influyentes de la Ilustración y de la historia del pensamiento occidental. Su principal aportación filosófica se concreta en su obra crítica, donde propone que la razón humana establece las condiciones de la experiencia y del conocimiento. Con ello, buscó superar el escepticismo y el dogmatismo, planteando que existe un límite en lo que podemos conocer, mientras que el entendimiento humano, a su vez, determina con sus categorías cómo somos capaces de percibir y organizar la realidad. Pero si hay un ámbito en el que Kant destacó fue en el ámbito moral, donde desarrolló la ética deontológica por excelencia, aquella en la que la acción se valora por su conformidad a la ley moral universal y no por las consecuencias que se deriven de ella. Este enfoque pone el énfasis en la intención pura de obrar según un deber racionalmente reconocido.
La aspiración por alcanzar una ética formal y universal fue una obsesión para Kant, a la que se entregó con rigor. Una anécdota célebre que pone de manifiesto su carácter metódico cuenta que los ciudadanos de Königsberg ajustaban sus relojes conforme al horario de su paseo diario. Kant era tan puntual y constante en sus rutinas que su conducta servía como “reloj humano”. Sirva la anécdota sea o no apócrifa para simbolizar su compromiso por fundamentar la moral sobre principios objetivos y universales, separados de preferencias personales o de costumbres sociales cambiantes. A día de hoy, su pensamiento se considera fundamental para entender el razonamiento ético moderno y la autonomía del sujeto como base de la ley moral. Había algo de ruptura con el pasado en el atrevimiento kantiano. Pero tanto su plausibilidad como esa ruptura siguen en disputa.
Las formulaciones del imperativo categórico
Kant introduce el concepto de imperativo categórico como la piedra angular de su ética. Un imperativo categórico es una orden incondicional que se aplica a todos los seres racionales, con independencia de sus deseos o fines concretos. La clave está en que, para Kant, el cumplimiento del deber moral no puede supeditarse a la obtención de beneficios personales o a consideraciones utilitarias; debe obedecerse únicamente en virtud del reconocimiento racional de que es un mandato universalmente válido.
El filósofo expone tres formulaciones que considera equivalentes.
La primera formulación ordena “Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal”.
La segunda indica “Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca solamente como un medio”.
Finalmente, la tercera señala “Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de fines”.
Si bien cada una pone el acento en distintos aspectos, Kant insiste en que las tres formulaciones describen la misma exigencia moral de universalidad y respeto a la dignidad humana. Pero su distinta formulación generó equívocos que Kant se apresuró a desmentir. De hecho, en la evolución de sus obras acabó primando una de ellas para enfatizar dicha unicidad. Hoy, sin embargo, siguen siendo objeto de discusión. Hay autores, como Javier Muguerza, que han querido seguir identificando en una de ellas un imperativo específico, capaz de legitimar la desobediencia ética y civil, un imperativo de la disidencia. Porque los derechos se han ganado con el conflicto, y no con la aquiescencia al derecho ya reconocido o incluso consensuado.
Pero ante la formalidad y abstracción de este imperativo sujeto a la interpretación, las matizaciones y aclaraciones que Kant se vio obligado a hacer fueron aún mayores. Precisamente para quienes la simplificaron como una nueva formulación de una vieja regla trivial.
El reo, el juez y la regla trivial
Una de estas interpretaciones fue la de hacer del imperativo categórico de Kant un equivalente de la llamada “regla de oro” o, en su formulación negativa, la “regla de plata”, a la que Kant aludió explícitamente para desmarcarse de ella en su obra Fundamentación de la metafísica de las costumbres. La llamada “regla de plata” proviene de la fórmula antigua: quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris (lo que no quieras para ti, no lo hagas a los demás).
Kant rechaza que su imperativo suponga una nueva formulación de este viejo principio al que tilda de “trivial”. Según su análisis, la regla de plata se queda en una prohibición de causar daño o mal a otros, pero no alcanza la aspiración de fundamentar un principio universal de la acción moral. En otras palabras, la fórmula “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti” puede ser interpretada como una ética de la abstención, mientras que Kant, por el contrario, propone una ley moral positiva y universalmente válida, sin depender de la empatía o la reciprocidad directa. A pesar de ello, son muchos los autores que reiteran esta fórmula para explicar este pilar de la ética kantiana. Algunos consideran que son desafortunadas formulaciones bajo la coartada de un interés divulgativo, que sólo producen confusión.
Para explicar esta diferencia, en una nota a pie de página, Kant arguye que el criminal podría oponer ese mismo viejo principio al juez que se dispone a castigar a un reo: que no le haga lo que a él no le gustaría que le hicieran. En contraste, arguye el filósofo de Königsberg, jamás podría el criminal argumentar algo semejante con el imperativo categórico que predica la universalidad de la máxima de conducta: aunque al juez no le gustase tener que soportar una pena, sin duda también pensaría que debería atenerse a una ley universal que establezca que todo criminal debe recibir un consecuente castigo por haber delinquido.
Pero… ¿es posible hacer otra interpretación distinta a la que Kant hacía de este milenario principio ético?
Un principio milenario
La regla de oro es un principio transcultural que se expresa habitualmente como “trata a los demás como quieres que te traten a ti”. Esta máxima está presente en numerosas tradiciones religiosas y filosóficas. En el Antiguo Egipto, comienza a reflejarse en enseñanzas como las de Ptahhotep, mientras que en la India antigua, tanto en la tradición sánscrita como en la tamil, se encuentran formulaciones similares. La tradición le atribuye alguna formulación a Confucio en China, o a Pitágoras y Epicteto en Grecia. En Persia, Zoroastro la promovió, mientras que de ella se hizo eco Séneca en Roma. Desde el cristianismo, pasando por el confucianismo, hasta el islam y el judaísmo la tienen de alguna forma presente. Su versatilidad y su extensión a lo largo de la historia demuestran su atractivo intuitivo y su facilidad de comunicación. Aparentemente, igual que la regla de plata, la regla de oro también parece centrarse en la reciprocidad: la acción del sujeto depende de lo que éste desearía recibir.
De hecho, en muchas de estas tradiciones filosóficas y religiosas, la norma suele blindarse con el designio de la voluntad divina o del universo que promete recompensar o amenaza con castigar el comportamiento, conduciendo lo que es deseable. Por el contrario, en el sistema kantiano, la ley moral surge de la razón práctica autónoma, situando el respeto a la dignidad humana en el centro y sin depender de autoridad externa alguna.
Sin embargo, ¿es posible que Kant realice una lectura algo simplificada de la regla de plata? Regresando a su ejemplo del juez y el reo, este principio milenario podría traducirse como que si el reo solicita al juez que no le mande a la cárcel porque el juez no querría sufrir esa pena en su lugar, el juez podría argumentar que él sí que estaría dispuesto a sufrir esa pena si hubiera cometido el delito que el reo ha perpetrado. Es decir, el juez hace lo que querría que hicieran con él, esto es, juzgarle con justicia, y no hace lo que no querría que le hicieran a él, esto es, juzgarle injustamente. Al contrario de lo que Kant manifestó, quizá esa máxima milenaria no es más trivial que su imperativo, si no se interpreta trivialmente, sino que en el fondo evidencia las carencias de la ética kantiana cuando se fundamenta sólo en la deliberación racional en soledad. Lo que suele conocerse como los problemas de la razón monológica kantiana.
Los problemas de la razón monológica
A pesar de la coherencia interna y la fuerza racionalista del sistema kantiano, se ha criticado su dificultad para dotar de contenido concreto a la ley moral: la ética formal de Kant corre el riesgo de quedarse en la abstracción, pues se limita a una exigencia de universalidad sin determinar qué fines o valores específicos deben promoverse. Este problema se ha descrito como la “razón monológica” de Kant, una razón que reflexiona en solitario y no necesariamente integra las distintas perspectivas y necesidades reales de la sociedad.
En el siglo XX, filósofos como John Rawls y Jürgen Habermas propusieron soluciones pragmáticas para superar esta limitación.
Rawls, partiendo de la aspiración universal de Kant, propuso su idea del “velo de la ignorancia”: esta idea sugiere un procedimiento hipotético en el que, al ignorar nuestras características personales (posición social, habilidades, etc.), acordaríamos principios de justicia imparciales. Discriminemos qué reglas querríamos que rijan una sociedad, y después veamos qué lugar ocuparemos en dicha sociedad.
Habermas, por su parte, evidenció la necesidad de abrir la deliberación kantiana al espacio público del diálogo. La dimensión comunicativa de la ética resulta esencial, y así propone una “razón dialógica” basada en la participación y el consenso en el espacio público mediante el diálogo y el debate racional. Solemos tender a darnos la razón en soliloquio. No hay deliberación solitaria que resista una apertura a ese diálogo.
Ambas iniciativas están en deuda con la ética kantiana, pero buscan complementar el principio universal del imperativo categórico con procedimientos inclusivos y participativos que permitan concretar de manera más justa y plural la moral en contextos reales.
Regresando al ejemplo del reo y el juez de Kant, la milenaria regla de plata parece abrirnos de lleno a los planteamientos de Rawls y Habermas: Juez y reo, sin saber qué papel van a desempeñar, podrían haberse sentado a decidir cómo debería ser la ley que un juez aplicase a un reo ante un delito, sin prejuicios ni coacciones. Más de un implacable juez, absorbido por su propia certidumbre, habría pasado por alto sus excesos de severidad sin tener en cuenta el punto de vista del reo. Y, llamadme ingenuo, pero creo que algún reo habría recapacitado y al menos objetivado sus propias autojustificaciones ante ese planteamiento, reconociendo la legitimidad de los razonamientos de un juez. Pero quién soy yo para enmendar a Kant.
Vosotros, ¿qué opináis?
Gracias, Álvaro García, por dejarme participar y gracias por leerme.
Referencias 📚
Kant, I. (1785). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Traducción recomendada: García Morente, M. (Ed.). Madrid: Alianza Editorial.
Muguerza, J. (1984). La razón sin esperanza. Barcelona: Crítica.
Rawls, J. (1971). A Theory of Justice. Cambridge: Harvard University Press.
Habermas, J. (1981). Teoría de la acción comunicativa. Traducción: Jiménez Redondo, M. (1997). Madrid: Taurus.
El tema que planteas es fascinante y pone de manifiesto un dilema fundamental en la filosofía moral: cómo equilibrar la universalidad y la imparcialidad con la concreción y el contexto social en el que vivimos.
Javier, he de serte sincero y honesto: esto me supera, mucho, y no creo estar a la altura de crearme una opinión al respecto, pero me voy a lanzar a la piscina... 😉
Si bien Kant, Rawls y Habermas representan distintas etapas de una misma búsqueda: cómo construir una ética que sea justa, universal y aplicable a la realidad social; y teniendo en cuenta que Kant estableció la base racionalista, Rawls introdujo un procedimiento más pragmático para pensar la justicia, y Habermas abrió el espacio para el diálogo colectivo, mi humilde opinión es que estas tres perspectivas no deberían nunca excluirse entre ellas, sino más bien complementarse. Es lo que veo más acertado e inteligente.
Dicho lo anterior, si he de escoger entre alguna de las perspectivas o iniciativas, me quedo con la de Habermas. Lo que me parece brillante de su propuesta es que lo hace de una forma profundamente humana: a través del diálogo, lo que permite que las ideas se confronten, se enriquezcan y, sobre todo, se anclen en la realidad. Este paso, en los tiempos que vivimos actualmente, es más que una evolución conceptual; creo que es una necesidad en cualquier sociedad que aspire a ser realmente inclusiva.
Gracias por hacerme reflexionar y acercarme más a Kant. 🤗
Thank you, Javier. This piece seems especially relevant today and was good reading.