🏷️ Categorías: Relaciones sociales, Toma de decisiones y sesgos.
¡Hola a todos!
Para la publicación de hoy, he invitado a mi newsletter a Javier Jurado, autor de la newsletter:
Javier es ingeniero de telecomunicaciones, licenciado en filosofía, doctor en economía y ejerce como profesor de pensamiento crítico. Si tuviese que definirle en una palabra sería “polímata”. En su newsletter plasma esa versatilidad, a través de reflexiones sobre multitud de temas, pero todos bajo un denominador común: análisis cercanos y desde múltiples puntos de vista (que es lo que más aprecio).
En cada entrega se hace notar esa versatilidad aludiendo a la filosofía, economía, tecnología y más ramas del conocimiento para abordar la cuestión. Es revelador ver cómo áreas que solemos concebir separadas están en realidad muy ligadas.
Debido a tener intereses comunes, que nos conociéramos era cuestión de tiempo. Por esto Javier y yo decidimos escribir de forma cruzada sobre un mismo tema: los prejuicios que tenemos hacia los demás. Podréis ver en su página mi carta.
Sin más que añadir, os dejo con su entrada.
Piensa mal y acertarás
Nuestro cerebro es un tejido energéticamente caro que procede constantemente interpolando los patrones que detecta, rellenando con información inventada o aprendida aquello que desconoce. Suele resultarle mucho más “económico” hacer estimaciones imprecisas pero ágiles que acertadas y laboriosas reconstrucciones de la realidad. Y entre estas aproximaciones, resultan particularmente relevantes las que tratan de predecir el comportamiento ajeno mediante prejuicios y estereotipos que nos facilitan el camino.
Los motivos por los que la selección natural ha podado estos prejuicios han sido ampliamente estudiados por autoras como Susan Fiske (particularmente en su libro Social cognition), pero pueden resumirse en:
Eficiencia Cognitiva: Los estereotipos permiten a los seres humanos procesar información de manera más rápida y eficiente, lo cual es ventajoso en situaciones de supervivencia donde la toma rápida de decisiones es crucial. Este atajo cognitivo reduce la carga mental al permitir que las personas clasifiquen y evalúen rápidamente a otros basándose en categorías preexistentes.
Seguridad y Protección: En entornos ancestrales, poder categorizar rápidamente a extraños como amigos o enemigos potenciales podría haber sido vital, de nuevo, para la detección temprana de amenazas y el consecuente aumento en la probabilidad de sobrevivir y reproducirse. Desconfiar de una falsa sombra y salir huyendo es preferible que confiarse y ser atacado por el enemigo que la proyectaba.
Cohesión en Grupo: Los estereotipos pueden fortalecer la cohesión dentro de un grupo al crear una identidad común y distinguir entre "nosotros" y "ellos". Esto puede haber facilitado la cooperación y la defensa mutua dentro de los grupos, aumentando así las posibilidades de supervivencia colectiva.
Es decir que, a pesar de que somos una especie particularmente colaborativa, que ha extendido de forma inverosímil su capacidad de cooperación, el salto no lo hemos dado del individuo “a la humanidad” sino a pequeños grupos tribales. Por lo que la seguridad se obtiene reforzando estereotipos y prejuicios tribal/socialmente compartidos. Por ese motivo cuentan que Aristófanes decía:
La desconfianza es madre de la seguridad
Al encontrarse en la base de la pirámide de Maslow, la desconfianza responde a un instinto animal por la seguridad que nos precede como especie. Porque, en la lucha por la supervivencia, desconfiar de los competidores suele maximizar el éxito.
Y así es como se ha acuñado para el acervo popular ese refrán que reza "piensa mal y acertarás", con una vigencia impenitente, a pesar de los múltiples logros que la colaboración humana ha proporcionado a los individuos. Ajenos a las virtudes de esta colaboración, seguimos lastrados por este instinto de desconfianza, más que justificado por la larga lucha por la supervivencia que reina en la naturaleza y puntualmente confirmado por nuestra experiencia personal: cuando de hecho nos engañan sólo vemos refrendados nuestros prejuicios más pesimistas sobre los demás, cacareando ese refrán. Y la experiencia es un grado, por lo que los jóvenes suelen ser más crédulos y antropológicamente optimistas, mientras que los adultos mayores suelen ser más descreídos y antropológicamente pesimistas. Como dicen, un optimista no es más que un pesimista sin experiencia.
Indudablemente, esta desconfianza aún proporciona ciertos beneficios en ciertos contextos. Por ejemplo, las personas con altos niveles de desconfianza hacia los extraños son menos propensas a ser víctimas de fraude. O también, en las situaciones donde la cooperación no está garantizada, las personas que son más desconfiadas inicialmente suelen obtener mejores resultados en términos de protección personal y de recursos.
Sin embargo, en nuestro contexto moderno, las ventajas de estos prejuicios evolutivamente aquilatados suelen verse mitigadas y resultar ineficientes. La desconfianza funcional se vuelve disfuncional. Sin entrar en cuestiones morales de discriminación e inequidad social1, los estereotipos y prejuicios que se comportan como herramientas funcionales desde una perspectiva evolutiva, amplifican sus efectos negativos en el seno de la cultura y el contexto social modernos. Y resultan errados.
El principio de Hanlon
Aunque no tantos milenios como la desconfianza, nuestra capacidad para confiar en nuestros semejantes también lleva labrada en nuestra historia evolutiva mucho tiempo. De hecho, nuestra propia emergencia como especie no se entendería sin que hubiésemos alcanzado un nivel de confianza suficiente como para autodomesticarnos (y reducir de paso el tamaño de nuestros cerebros).
De hecho, el propio lenguaje sólo habría surgido gracias a que nuestro linaje alcanzó estos niveles de confianza. Otros homínidos nunca llegaron a desarrollarlo. En la rama evolutiva que condujo a los chimpancés se observa un nivel de desconfianza alto, que no da por buenos los enunciados comunicativos de los congéneres si no se muestran inmediatamente, aquí y ahora. Eso genera mecanismos de defensa frente a las habituales actitudes mentirosas que buscan provecho individual para la supervivencia. Los chimpancés suelen ser bastante mentirosos y lo saben.
Sin embargo, de alguna forma en nuestro linaje surgió una alternativa capaz de facilitar información suficientemente exhaustiva como para que se acabase primando ese altruismo social que intercambia información veraz por información veraz. La emergencia del lenguaje habría sido consecuencia de algún tipo de transformación social que, generando niveles sin precedentes de confianza pública, habría liberado la creatividad lingüística que previamente habría permanecido latente. Al favorecer una comunicación confiable las ventajas adaptativas para el individuo a través del grupo se habrían multiplicado.
De hecho, tan labrada se encuentra esta confianza en nuestra predisposición natural que, en interacciones anónimas puntuales en las que el egoísmo es óptimo, las respuestas intuitivas tienden a ser más cooperativas que las respuestas deliberativas. Sólo cuando razonamos nos volvemos más egoístas, encontrando ese óptimo racional que nos beneficia. Los experimentos muestran cómo las respuestas intuitivas suelen ser más generosas, por ejemplo, dejando recursos a generaciones venideras, que cuando se hacen cálculos con detenimiento.
Por ello, la meditación humanista también ha aquilatado reflexiones en torno a esta disposición natural humana más confiada, cuestionando la simpleza del prejuicio de la desconfianza. Pero no solo para hacer una defensa de la bondad humana, al estilo de Rousseau, sino para restar verosimilitud a que exista tanta maldad. Sin entrar en ingenuidades, estadísticamente, son muchos más los torpes que los malvados. Esto lo supo bien Diderot que renegaba de los razonamientos absurdos que confunden a un imbécil con un malvado. O Goethe, para quien los malentendidos y la negligencia crean más confusión que el engaño y la maldad. De unos u otros emergió el que hoy se conoce como principio de Hanlon que reza:
Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez
El tono jocoso de este principio refrenda la crítica al prejuicio de la desconfianza, que observa conspiraciones y malicias alrededor constantemente. Baste pensar en el típico amigo o compañero de trabajo un tanto amargado que vive creyendo que otros le hacen la vida imposible. Este principio no pretende fundamentar la virtud de la empatía o la moralidad de la confianza, sino proteger al individuo de su propia angustia sobre la improbable conspiración de los demás a su alrededor.
Sin embargo, debe reconocerse que, ciertamente, el principio de Hanlon se alinea con la postura más confiada de dar oportunidad y el beneficio de la duda a los demás, promoviendo una actitud de apertura y comprensión en lugar de desconfianza. Sin ingenuidad, reconoce un espacio para que aflore el potencial de la cooperación y la empatía para resolver conflictos y construir sociedades más justas.
Entre Hobbes y Rousseau
Entre la visión más pesimista de Hobbes, para el que el hombre es un lobo para el hombre, y la visión más optimista de Rousseau, para el que el hombre nace bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe, se halla la prudencia de Aristóteles, que evita tanto la temeridad del ingenuo más confiado como la cobardía del más desconfiado. Este intrincado equilibrio de la prudencia implica saber cuándo es necesario desconfiar para protegernos y cuándo es beneficioso abrirnos para cooperar, sosteniendo posiciones más matizadas sobre los desconocidos, basadas en contextos y circunstancias específicas.
En ese equilibrio se despliegan, en gran medida, nuestras ideologías políticas. Las más progresistas suelen tender a ser más confiadas, mientras que las más conservadoras suelen ser más desconfiadas. El progresista prefiere exonerar a un culpable que culpar a un inocente, mientras que el conservador no lo tiene tan claro. El correlato entre jóvenes y adultos mayores que antes mencionábamos se constata también en este mismo espectro ideológico. Así, suelen atribuirle a Churchill aquella repetida frase de que quienes no son de izquierdas cuando son jóvenes, no tienen corazón; y quienes no son conservadores en la edad adulta, no tienen cerebro. La transición etaria en el equilibrio entre confianza y desconfianza.
La verdad sobre nuestros prejuicios hacia los desconocidos probablemente reside en un equilibrio superpuesto entre el pesimismo y el optimismo antropológico. La desconfianza puede ser una herramienta útil de supervivencia, pero la apertura y la cooperación tienen el potencial de construir un mundo más justo y empático. O al menos de mitigar la ceguera de nuestra desconfianza.
Así, tendremos que seguir navegando en la complejidad de nuestras inclinaciones naturales, buscando siempre un equilibrio que nos permita prosperar colectivamente sin renunciar a nuestra seguridad individual, sin olvidar que, al igual que el exceso de confianza puede ser un suicidio, la desconfianza invita a la traición, lo que puede cavar nuestra propia tumba.
Otra cuestión es que, precisamente, nuestra dependencia para sobrevivir de ciertos niveles de cooperación se encuentre en la base de esa moralidad. Consideramos malo aquello que atenta contra esa solidaridad que egoístamente necesitamos.
Muy interesantes puntos de vista, aprender las posturas de grandes pensadores acerca de esto me da nuevas perspectivas a explorar. He sido confiado por naturaleza y aunque me he llevado un par de malas experiencias creo que cooperar y hacer sinergia con otros es muy constructivo y nos lleva a tener mejores resultados que hacerlo individual y desconfiadamente.
La desconfianza invita a la traición? Creo que a otras cosas, no traición