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Jamás la palabra “compartir” había sonado tan mal.
Si has paseado por el mundo digital habrás visto que en las redes sociales se habla de “compartir”. Supuestamente compartimos algo, compartimos nuestro espacio íntimo de formas que hace unas décadas nos habrían parecido impensables.
Es el paso de hacer público lo íntimo.
La extimidad
Jacques Lacan hablaba hace ya 50 años de la "extimidad" para describir cómo lo íntimo se estaba comenzando a volver público, hace 50 años ya veía esa tendencia.
Observa tú el presente.
Hace años nos aterraría que alguien nos robase nuestras fotos que con tanto cuidado atesoramos, ahora las compartimos a propósito ante todo el mundo. El motivo es simple, obtener gratificación a través de la validación social, que además es cuantificable, lo que potencia más el deseo de compartir, ya que puedes comparar “cuánto vales” a través de “me gusta”, “comentarios”, etc.
Nos hemos convertido en publicistas de nosotros mismos.
La mentira de compartir
Compartir tenía 2 acepciones en el diccionario:
Hacer a otra persona partícipe de algo que es tuyo. Compartimos la merienda.
Tener con otra persona algo en común. Compartimos casa.
Las redes sociales empezaron a emplear esta palabra aunque no compartamos nada.
No compartimos nuestra comida con alguien y no compartimos la vivencia de estar en un concierto. Subimos una foto de lo que hemos comido en el restaurante y del concierto al que hemos ido. No estamos compartiendo, nos estamos exhibiendo.
La diferencia no es pequeña y la elección de la palabra no fue casual.
Compartir tienen una connotación moralmente positiva, no sonaría igual si dijese “exhíbelo ante tus seguidores”, aunque es lo que hacemos. Al usar la palabra “compartir”, la red social te hace sentir que realmente haces a los demás partícipes de tu momento, pero esto no es verdad. La RAE ha tenido que incluir una nueva acepción para “compartir”: “poner a disposición de otros usuarios un archivo”.
¿Con quién estás compartiendo la cena si no hay nadie contigo en la mesa?
La pantalla no es ni el 1%
El sociólogo Erving Goffman hablaba del “yo público” y el “yo privado”.
El yo público es lo que exhibimos, mientras que el yo privado es la realidad que nos guardamos. Tendemos a pensar que la gente es como se muestra en redes, sin embargo, cada publicación es una selección cuidadosa de quienes parecemos ser.
No de quiénes somos.
En la pantalla exhibimos solo el 1% y la mayoría de lo que se publica son resultados y buenos momentos, no duros procesos y momentos difíciles. Esto genera en los demás una percepción distorsionada. Nuestro punto de referencia es comparar nuestra parte buena y mala solo con la parte buena de los demás.
“A todo el mundo le va bien, excepto a mi”. Esa es la sensación que genera.
Esa, lamentablemente, es la consecuencia del “yo público” y el “yo privado”.
La deshumanización de la interacción
El mundo real es tridimensional e interactuamos en directo el 99% del tiempo.
El mundo digital es plano e interactuamos en directo el 1% del tiempo.
Hemos evolucionado para captar muchos matices en la conversación en directo y cara a cara, sin embargo, lo digital nos empobrece porque no usamos todos los sentidos. No podemos oler, ni tocar, ni ver a la persona tal y como es. Nos convertimos en un montón de píxeles y eso empeora la calidad de nuestras interacciones sociales y nuestro bienestar (Kross et al., 2013; Nie y Hillygus, 2002).
Somos avatares que se envían mensajes la mayor parte del tiempo en diferido, sin embargo, la vida real es en directo. La interacción pierde la parte humana.
Creo que esto también explica parte de la hostilidad que hay en sitios como Twitter.
¿No es más satisfactorio el mundo real y tangible?
Me lo pregunto cada vez que quedo con alguien y no para de mirar el teléfono…
¿Compartes o exhibes?
No hay nada de malo en exhibir un momento, pero quería hacerte ver la diferencia.
Dejé de usar redes como Instagram porque sentía que me estaba convirtiendo en publicista de mi propia vida íntima, mi vida parecía una newsletter y eso no iba conmigo. Jardín Mental sí es una newsletter y sí comparto información con la intención de aportar valor a las personas que lo lean.
Esa es la radical diferencia entre compartir para aportar y compartir para exhibirse.
Pregúntate cuál es la intención en tu acto de compartir y encontrarás claridad.
✍️ Te toca a ti: ¿Sigues usando otras redes? ¿Tienes mi misma sensación? Creo que Substack es una valiosa excepción que debemos cuidar.
💭 Cita del día: ″Si puedes aportar algo a la mesa, hazlo, porque eso te hará más bienvenido.″ Randy Pausch.
Seguimos en contacto, cuídate 👋.
Referencias 📚
Goffman, E. (1959). The Presentation of Self in Everyday Life. Anchor Books.
Kross, E., Verduyn, P., Demiralp, E., Park, J., Lee, D. S., Lin, N., ... & Jonides, J. (2018). Facebook use, loneliness, and depression: A longitudinal study. Computers in Human Behavior, 87, 183-191.
Nie, N. H. y Hillygus, D. S. 2002 The impact of internet use on sociability: time-diary findings. IT Soc. 1, 1–20. https://www.researchgate.net/publication/247901330_The_Impact_of_Internet_Use_on_Sociability_Time-Diary_Findings
Comparto :) contigo que hay mucho exhibicionismo, y que este busca fundamentalmente reconocimiento y gratificación psicológica cuantificada. Y las empresas lo saben. Pero veo algunas inconsistencias en tu planteamiento.
Si solo “compartimos” el 1% no podemos estar entregando nuestra intimidad. En realidad, se comparte muchas veces lo más superficial, la imagen externa que queremos proyectar, incluso aunque sea un desnudo, lo que efectivamente roba algo de nuestra intimidad para la exhibición. Pero ante todo se comparten decorados, puestas en escena, postureo. Y no es un nuevo. Es humano. Desde los antiguos potlatch que regalaban para aparentar. En realidad en la era hiperconectada, es difícil conectar profundamente.
Por otro lado, la acepción de compartir como hacer a otros partícipes de lo que es tuyo para mí sigue siendo válida. Sí la RAE ha incluido una acepción más es por hacerla más específica, pero se subsume en la primera: tú compartes esta reflexión y yo el comentario como algo nuestro de lo que hacemos partícipes al resto. El problema no es el hecho de compartir la foto de una comida o de un instante chulo en vacaciones. Es la cantidad, la frecuencia y el propósito que, aunque sea bueno, por las anteriores, se puede desnaturalizar. Precisamente por la paradoja del dato de la que escribía el otro día (https://jajugon.substack.com/p/la-paradoja-del-dato) y sobre la que creo que tú también escribiste.
En fin, de acuerdo en lo esencial. Simplemente me parece importante observar que aunque la tecnología no es neutra, no es el demonio. Y que estos medios nos han facilitado la posibilidad de compartir mucho más más de lo que históricamente se ha podido compartir en el sentido bueno del término.
Caramba Álvaro, cada día te superas más. 👏
Hay tanto que comentaría en tu carta, que no sé si será práctico. A veces creo que lo mejor es escribir yo una carta en respuesta a las tuyas, porque aquí hay mucha «enjundia», que diría un granjero.
Cierto es que hace años nadie pensaba en que íbamos a llegar donde estamos ahora. Recuerdo en los inicios de Twitter que la gente solía comentar, con sorna, que qué iban a comentar ellos en 140 caracteres: «Me peino delante del espejo», «saco la basura a las tantas de la noche», «voy a matar a mi suegra». Muchos veían un fracaso rotundo de Twitter porque nadie iba a ver relevancia en esas tonterías. Fíjate a dónde hemos llegado.
Me ha sorprendido lo de la palabra compartir. Desconocía por completo que hubieran añadido una acepción, como comentas. Pero según lo leído, tiene completo sentido. Concuerdo en que no es lo mismo «mándalo, envíalo, exhíbelo» que «compártelo».
Las apreciaciones de Goffman dan en el clavo. A pesar de que ahora somos más conscientes de lo que vemos, es verdad que hasta no hace mucho, sobre todo los más jóvenes, siempre se quedaban con que lo que veían a través de sus pantallas respecto de una persona, eran los mundos de yupi. Menos mal que ahora la cosa está algo más equilibrada y ahora somos más conscientes de esa diferencia entre el «yo público» y el «yo privado» y de que no siempre lo que se muestra es la realidad del día a día de una persona.
Una de mis amistades se ha resentido conmigo porque una vez le dije, mientras tomábamos un café, que si no se metía el teléfono en el bolsillo, no volvería a quedar con él para tomar nada. Se lo tomó a mal en un principio. Luego recapacitó. Pero llegó a decirme que con mi afirmación lo que estaba haciendo era coartar su libertad. Que él podía hacer lo que quisiera y yo no debía quejarme, ya que no me estaba haciendo ningún daño. Tuve que hacerle ver y explicarle que la libertad suya terminaba donde empezaba la mía. Yo no me sentía libre hablando con él mientras estaba continuamente mirando su pantalla del móvil, también me sentía coartado ante su indiferencia. Le hice ver la incomodidad que es estar hablando con alguien que parece que no te está escuchando y que lo que está viendo en su móvil es más importante que mi conversación. Al final recapacitó y lo entendió, pero lo mío me costó. Y lo cierto es que desde entonces nos hemos visto menos.
Respecto a la última parte en tu carta, yo no veo nada malo en que una persona exhiba toda su vida, si es lo que quiere hacer, y no sólo momentos. Lo que sí tiene es que tener claras las cosas que podrían sucederle, tanto las buenas como las malas. Yo he aprendido cosas buenas de gente que ha mostrado intimidades y formas de pensar que normalmente no suele contar en persona. Yo mismo, por ejemplo, he contado intimidades en mis cartas. He compartido vivencias que no he contado a mucha gente, en algunos casos a nadie. Y considero que podrán ayudar a quienes las lean, de una forma u otra. Como yo aprendí de otros. Evidentemente hay intimidades de muchas clases. Yo me refiero a las intimidades del pensar, de lo que se nos pasa por la cabeza. Conceptos como la libertad, la quietud, la tristeza, la felicidad, etc, son cosas de las que no se suele hablar en una reunión de amigos. Me refiero de forma profunda o filosófica. Porque si lo haces ya te miran extrañados o te preguntan qué has fumado. Al menos ésa es mi experiencia. Todos mis conocidos y familiares desconocen esta faceta mía de escribir y de «exhibir» mis pensamientos y mis vivencias, y a buen seguro se sorprenderán y mucho de lo que leerán cuando me descubran (no oculto mi nombre real ni mi foto). Lo que más me tiene intrigado es qué pensaran cuando me descubran, ya que de todo lo que yo hablo en mis cartas, nunca he hablado en persona con nadie, o casi. Por lo que comento. Porque no tengo con quién hablar de temas más filosóficos y profundos. No te digo cuando lean mis poesía de amor...jajaja. Eso va a ser la coña marinera. En fin. Supongo que lo descubriré más pronto que tarde.
Considero que deben existir contenidos de todo tipo. Y que cada cual consuma los que le venga en gana y le aporten más según su forma de vivir la vida. Tú no me dejes de enviar cartas como ésta, y de aportar el valor que aportas, que para mí son la salsa de la vida. Porque si te perdemos, ya me quedará un vacío que cubrir. Y no será fácil. 😉
Gracias por estar. ❤️