🏷️ Categorías: Historias personales, Soledad, Conducta.
Esta carta jamás iba a ser escrita.
Pero gracias a una lectora de Jardín Mental, hoy estamos aquí.
Hablo poco de mí, aún así, siempre se cuela algo de mi personalidad en cada carta. Hoy será diferente. Quiero hablarte de la primera y única vez que padecí un problema de salud mental, unos meses terribles en los que la ansiedad me hizo ver el futuro muy oscuro.
Espero que estés bien, pero si estás pasando un mal momento, quiero recordarte que incluso en las peores situaciones, hay esperanzas para salir adelante.
La calma antes de la tormenta
Siempre me había considerado una persona resiliente y mentalmente fuerte.
Como el mundo, había pasado por malos momentos y alguna que otra racha en la que me sentía desanimado, pero nada lo suficientemente fuerte como para afectarme de forma grave y duradera. Mi vida en 2020 era bastante sencilla y predecible, estaba terminando mis estudios universitarios en geografía y disfrutaba mi tiempo libre haciendo deporte con amigos y leyendo algún que otro libro.
Todo era predecible y agradable, vivía una cotidianidad placentera.
Mientras tanto, el mundo estaba volviéndose impredecible.
Quizá demasiado impredecible.
Desmoronamiento
El 14 de marzo de 2020, todo cambió.
Un virus que había comenzando meses antes a propagarse por Asia, estaba extendiéndose a una velocidad de vértigo y de manera irrefrenable. No había medidas ni control que pudieran parar su avance. Fue todo tan veloz, que en España, mi país, el 14 de marzo de 2020 se declaró un estado de alarma y comenzaron, de un día para otro, estrictas medidas de aislamiento social.
Lo que al principio eran días extraños, luego fueron semanas, y luego meses.
Me adapté rápidamente a eso de lavarse las manos hasta desgastarlas, a evitar abrazos y a hacer de la distancia una costumbre. Todo eso fue fácil al inicio, pero a medida que avanzaban los meses la “nueva normalidad” parecía no tener fecha de caducidad y yo comencé a desmoronarme.
La incertidumbre de no saber qué sería del futuro no me dejaba vivir.
Recuerdo levantarme muchas mañanas esperando que algo hubiera cambiado, que tal vez la pesadilla terminaría pronto, pero el mundo seguía igual. O peor. Las calles vacías de vida y toda esa tristeza se filtraba en mi interior.
Ansiedad
Quería escapar de esa rutina asfixiante, pero no había salida.
Con el tiempo empecé a tener momentos de nervios: un nudo en el estómago y pensamientos recurrentes que no podía evitar. El problema fue a más, a veces no podía dormir y otras veces me despertaba con dolor muscular.
“¿Qué me pasa?”
“¿Cuánto tiempo más durará esto?"
"¿Y si nunca volvemos a la normalidad?”
"¿Me habré contagiado?”
Me sentía atrapado, agobiado, preocupado, era difícil ponerle nombre a lo que me pasaba, no sabía ni como llamarlo, solo sabía que me sentía fatal.
Cuando comenzaron a moderarse las restricciones, sentía un miedo atroz a contagiarme y transmitir el virus a mi familia, sobre todo a mis familiares mayores, que corrían más riesgo. Evitaba el contacto social al máximo y no retomé en absoluto la “normalidad”, vivía tan aislado como podía. Si no salía de casa me sentía desesperado al imaginar el futuro, pero si salía de casa me sentía culpable solo de pensar que me podría haber contagiado y, por mi culpa, contagiar a mi entorno.
Estaba acorralado y desesperado.
La salida
Ya no podía más.
Nunca había sentido algo así: los mareos, la opresión en el pecho... No podía seguir ignorándolo. Decidí hablarlo con uno de los pocos amigos con los que había retomado el contacto cara a cara. Me costó dar el paso y salir de casa, pero lo hice.
Le conté todo, todo lo que sentía.
—"No sabía que estabas pasando por esto, me lo podrías haber contado", me dijo.
Había subestimado la importancia de mis sentimientos y creía, erróneamente, que los demás no me entenderían. La conversación fue un golpe de realidad, me di cuenta de lo distorsionado que yo veía el mundo. Aunque el riesgo aún estaba presente, ya no era el mismo de aquellos primeros días; habíamos avanzado mucho. El mundo empezaba a recuperar una normalidad que yo me estaba negando a vivir.
Ese día se comenzó a desatar todo el nudo que tenía en mi cabeza.
Mi amigo me animó a que comenzase a salir de forma gradual. Eran pequeños pasos, pero fui perdiendo el miedo hasta que, sin darme cuenta, la ansiedad desapareció. Volví a conciliar el sueño, dejé los dolores musculares, la opresión en el pecho, los mareos, la preocupación y los pensamientos en bucle.
La tormenta ya había pasado.
Lo que más daño me hizo en la pandemia no fue el virus, fue mi propia mente.
En retrospectiva
Lo que había sufrido tenía nombre: ansiedad.
Nunca antes me había interesado por la psicología y ni por asomo valoraba el peso que tiene la salud mental. Fue a raíz de esta experiencia que comencé a valorar la psicología como una forma de comprendernos mejor. Llegué tarde, pero meses después de haber superado la ansiedad, empecé a unir las piezas y a entender qué era lo que me había pasado y cómo había salido de ese agujero.
La pandemia me hizo querer aprender más y más sobre psicología y en parte, es la razón por la que hoy, después de varios años, estés aquí leyendo esta carta.
Nunca pierdas la esperanza, hasta las peores tormentas cesan.
✍️ Te toca a ti: ¿Has sufrido alguna vez ansiedad? ¿Cómo fue tu experiencia?
💭 Cita del día: «Además, me di cuenta de que evitar a la gente en realidad no aliviaba ninguna de mis ansiedades. Ahí fuera, en el bosque, seguía teniendo que vivir conmigo mismo». Val Emmich, Dear Evan Hansen.
Nos vemos pronto, cuídate mucho ♥️.
Un par de veces sufrí de ataques de pánico (2022) sentí que no podía respirar. Ademas de que en ese tiempo no podía dormir bien y tenía pesadillas cuando lo hacia, sentía que se me acababa el mundo y es terrible, definitivamente como tu dices, no sabes la importancia que tiene hasta que lo vives. Un abrazo <3
Durante la pandemia pasaron muchas cosas interesantes a nivel social y el miedo fue siempre el protagonista. Te haría una pregunta: ¿consumiste mucha tele y medios? Creo que eso contaminó por completo las mentes y no dejó espacio para pensar ni reflexionar nada.
¡Un abrazo, Álvaro! Las experiencias personales ayudan a mucha gente a identificarse. :)