🏷️ Categorías: Lecciones de vida, Historias personales, Lectura.
"Corre como si tuvieras que ir a la biblioteca".
Hermione Granger, de la saga Harry Potter
Nunca me gustó leer.
Consideraba que era una afición para personas mayores o para quienes no tenían nada mejor que hacer con sus vidas. Pensaba que había infinidad de actividades más interesantes. Así era yo en mi adolescencia.
Ese desprecio hacia la lectura cambió para siempre a mis 16 años tras una conversación inesperada.
Era mediodía y volvía de mis clases de secundaria. Antes de llegar a casa, justamente en la calle anterior a la mía, vi a un vecino mayor transportando grandes cajas marrones repletas de libros desde su vieja y abollada furgoneta azul hasta su casa.
Nos conocíamos de paso por el barrio; nuestros intercambios se limitaban a saludos breves, quizás debido a la gran diferencia de edad y a su aspecto serio y reservado. Era un hombre de unos 60 años, con hábitos antiguos: fumaba en pipa y se protegía del sol con una boina. Su rostro estaba surcado por arrugas, y debido a mi gusto por la pintura abstracta, siempre me recordó a Picasso.
Las cajas que llevaba debían pesar mucho, el anciano se tambaleaba con cada paso. Podía ver todas las cajas apiladas en la acera delante de la puerta de su casa, ante mis ojos podría haber 300 libros fácilmente.
—¿Quiere que le ayude? —le pregunté amablemente.
—Hombre, pues me harías un favor —dijo entre risas.
Dejé mi mochila a un lado y me puse a mover cajas junto a él. "¿De dónde habrá sacado tantos libros?", me preguntaba mientras levantaba las polvorientas cajas de su furgoneta.
—¿Qué hace con tantos libros? —le dije con curiosidad.
—Son míos, los traigo de casa de mi hijo, que se va a mudar y no tiene dónde llevarlos.
El señor no sabía qué hacer con ellos, ya los había leído todos y pensaba incluso venderlos. Al terminar de las mover cajas, recogí rápidamente mi mochila para volver a comer, era mediodía y mis padres estarían preocupados por mi retraso, pero justo antes de salir por la puerta...
—¡Eh! ¿Quieres llevarte algún libro? —me preguntó.
Acepté su oferta y tomé un libro al azar. Total, yo no leía, lo tomé por cortesía.
Al llegar a casa, compartí con mis padres el encuentro con el vecino. Ellos, por su edad, lo conocían mejor. Me contaron que ese señor había vivido muchos años en el extranjero, quizá en Suiza. Les mencioné la gran cantidad de libros que tenía y su intención de venderlos. Sin que me interesase la lectura, se me quedó en la cabeza su intención de deshacerse de ellos, debían valer una fortuna. "¿Cuánto costaría cada libro?", me preguntaba mientras bajaba la calle para tocar al timbre de su puerta.
Me recibió con sorpresa, no me esperaba de nuevo.
Estuvimos hablando en el umbral de la puerta y, como la conversación se alargó, me senté en su jardín, a la sombra de un frondoso árbol cuyas ramas siempre veía sobresalir desde fuera de su casa cuando pasaba por delante. Me contó que había vivido una década en Suiza, donde había trabajado en una empresa de transportes y mudanzas. A menudo, las pertenencias que los clientes no querían llevarse incluían libros, y él, en lugar de venderlos, los conservaba.
Así, sumando los que compró, acumuló una biblioteca personal de unos 600 libros. Su colección incluía obras en varios idiomas, síntoma del plurilingüismo suizo. Tenía también libros en español, adquiridos tras su regreso. Le pregunté por el precio de los libros y me sorprendió lo ridículo de la cifra. Yo nunca había leído, pero por ese precio, ¿quién no los compraría? Solamente en términos económicos, la inversión tenía sentido; además, los libros no caducan, podía incluso leerlos algún día.
Le dije que lo consultaría con mi madre y le daría una respuesta.
Regresé a casa y le conté a mi madre sobre la oferta. Ella sugirió que, si realmente los quería, debía ofrecerle una suma razonable. Así, con un billete grande en mano, volví a la casa del vecino. Él, sorprendido, me agradeció la cuantía monetaria y me dejó llevármelos todos si así quería. Tras un buen rato conseguí separar los libros en español, inglés y francés, dejando los de alemán para él. No tenía pensado aprender alemán, francés a lo sumo.
Pasé lo que quedó de tarde acarreando cajas de libros desde su casa hasta la mía. No tenía espacio para tanto libro en mi habitación.
—Como traigas más libros nos vamos a tener que salir fuera de la casa para meterlos todos —bromeaba mi madre.
No tenía donde dejarlos, así que los apilé en mi cuarto, formando columnas que desde el suelo se erguían a un metro y medio de alto. Esa noche dormí rodeado de libros, estaba muy emocionado por la inmensa cantidad de conocimiento que esas páginas de color amarillento encerraban. Nos vimos obligados a comprar una estantería enorme, y aún así tuve que ingeniármelas para que cupieran todos.
Ese hombre generó en mi la curiosidad por leer, cada vez que voy a la estantería y me pongo a rebuscar me siento como quien busca un tesoro. Algunos libros tienen sobre 80 años, otros son obras clásicas indispensables. Soy un afortunado. Desde entonces, cada vez que veo a ese señor, le saludo con gratitud. Gracias a él, comencé a leer y descubrí lo maravillosa que es esta afición. Hemos conversado más veces y siempre le saludo con alegría.
No somos conscientes del descomunal cambio que producen nuestras pequeñas acciones.
Gracias por haberme convertido en lector.
📌 Posdata 1: La idea de escribir este texto nació cuando me crucé con este señor hace unos días. Sentí que sería excelente rendirle un homenaje, por pequeño que sea.
📌 Posdata 2: Pensé en escribir cartas sobre libros, tanto analizando obras clásicas como trayendo recomendaciones peculiares (soy muy propenso a leer libros extraños). Ya me decís que os parece la idea. ¡Os leo! ¡Hasta la próxima 👋!
Que história de amor fascinante! Vamos nos envolvendo a cada parágrafo a ponto de invejá-lo. Que afortunado te és!
Parece una historia sacada de una novela.
En mi caso fue una vez que el colegio organizó una pequeña feria del libro en un salón de clases. Ni de cerca me interesaban los libros. Me acerqué por curiosidad y me llamó la atención un libro que tenía en la portada un personaje en calzones: "El Capitán Calzoncillos", decía el título.
Lo hojeé y me llamó la atención que era un libro interactivo, en el que en algunas secciones, podías tomar la hoja de la esquina inferior derecha y mover hacia adelante y hacia atrás simulando que los personajes se movían.
Era algo muy atractivo para alguien de 9 años. Lo compré.
Semanas después le pedí a mi abuela que me llevara a una librería a comprar el siguiente volumen.
La misma dinámica se repitió durante un par de meses, hasta que un día mi abuela llegó con 3 libros para mí: "Harry Potter", decía en la portada de cada uno de ellos. Había encontrado el tesoro al final del arcoiris.